viernes, 29 de octubre de 2010

El descubrimiento...

Al abrir el refrigerador esta mañana, lo primero que vi, inevitablemente me hizo recordar esta escena:


   [...]Por más empeño que Tita ponía en evitar que los recuerdos acudieran a ella y la hicieran cometer más errores, no pudo evitarlos al tener en las manos un trozo grande de chorizo y rememorar la noche de verano en que todos salieron a dormir al patio. En la época de canícula se colgaban en el patio grandes hamacas, pues el calor se hacía insoportable. En una mesa se ponía una tinaja con hielo y dentro se colocaba una sandía partida por alguien a media noche se levantaba acalorado con deseos de refrescarse comiendo una rebanada. Mamá Elena era especialista en partir sandía: tomando un cuchillo filoso, encajaba la punta de tal manera que sólo penetraba hasta donde terminaba la parte verde de la cáscara, dejando sin tocar el corazón de la sandía.
   Hacía varios cortes en la cáscara, de una perfección matemática tal que cuando terminaba tomaba entre sus manos la sandía y le daba un solo golpe sobre una piedra, pero en el lugar exacto, y mágicamente la cáscara de la sandía se abría como pétalos en flor, quedando sobre la mesa el corazón intacto. Indudablemente, tratándose de partir, desmantelar, desmembrar, desolar, destetar, desjarretar, desbaratar o desmadrar algo, Mamá Elena era una maestra. Desde que Mamá Elena murió nunca nadie ha podido volver a realizar esa proeza (con la sandía).
   Tita escuchó desde su hamaca cómo alguien se había levantado a comer un pedazo de sandía. A ella la habían despertado las ganas de ir al baño. Todo el día había tomado cerveza, no para aminorar el calor sino para tener más leche para amamantar a su sobrino.
   Éste dormía apaciblemente junto a su hermana. Se levantó a tientas, no podía distinguir nada, era una noche de completa obscuridad. Se fue caminando hacia el baño, tratando de recordar dónde estaban las hamacas, no quería tropezar con nadie.
   Pedro, sentado en su hamaca, comía su sandía y pensaba en Tita. Su cercanía le producía una gran agitación. No podía dormir imaginándola ahí a unos pasos de él... y de Mamá Elena, por supuesto. Su respiración se detuvo unos instantes al escuchar el sonido de unos pasos en las tinieblas. Tenía que tratarse de Tita, la fragancia peculiar que se esparció por el aire, entre jazmín y olores de la cocina sólo podía pertenecerle a ella. Por un momento pensó que Tita se había levantado para buscarlo. El ruido de sus pasos acercándose a él se confundía con el de su corazón, que latía violentamente. Pero no, los pasos ahora se alejaban, en dirección al baño. Pedro se levantó como un felino y sin hacer ruido la alcanzó.
   Tita se sorprendió al sentir que alguien la jalaba y le tapaba la boca, pero inmediatamente se dio cuenta de a quien pertenecía esa mano, y permitió sin ninguna resistencia que la mano se deslizara primero por su cuello hasta sus senos y después en un reconocimiento total por todo su cuerpo.
   Mientras recibía un beso en la boca, la mano de Pedro, tomando la suya, la invitó a recorrerle el cuerpo. Tita tímidamente palpó los duros músculos de los brazos y el pecho de Pedro. Más abajo, un tizón encendido, que palpitaba bajo la ropa. Asustada, retiró la mano, no por el descubrimiento, sino por un grito de Mamá Elena.
   -Tita, ¿dónde estás?
   -Aquí, mami, vine al baño. [...]



 
Así es, lo primero que vi al abrir el refrigerador fue un gran trozo de longaniza, por lo que me sentí con la obligación de compartir esta escena con ustedes. Saludos!

*Capítulo V. Mayo "Chorizo norteño".
COMO AGUA PARA CHOCOLATE, de Laura Esquivel.
(1989).

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